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Solía ir a pescar a Vancouver, mi hogar, con mi padre hasta
que hace unos años encontramos un pez lleno de cánceres. Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen
cada día, desvaneciéndose para siempre. Durante mi vida, he soñado con ver las grandes manadas de
animales salvajes y las junglas y bosques repletas de
pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán
siquiera para que mis hijos los vean. ¿Tuvieron que preguntarse ustedes estas cosas cuando tenían
mi edad? Todo esto ocurre ante nuestros ojos y seguimos actuando como
si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y todas las
soluciones. Soy solo una niña y no tengo todas las
soluciones, pero quiero que se den cuenta: ustedes tampoco
las tienen.
No saben como arreglar los agujeros en nuestra capa de ozono.
No saben como devolver a los salmones a aguas no
contaminadas.
No saben como resucitar un animal extinto.
Y no pueden recuperar los bosques que antes crecían donde
ahora hay desiertos.
Si no saben como arreglarlo, por favor, dejen de romperlo.
Aquí, deben ser delegados de gobiernos, gente de negocios,
organizadores, reporteros o políticos, pero en realidad sois
madres y padres, hermanos y hermanas, tías y tíos, y todos
vosotros sois el hijo de alguien.
Aún soy solo una niña, y sé que todos somos parte de una
familia formada por cinco billones de miembros, de hecho por
treinta millones de especies, y todos compartimos el mismo
aire, agua y tierra.
Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso.
Aún soy solo una niña, y sé que todos estamos juntos en esto
y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo.
En mi rabia no estoy ciega, y en mi miedo no estoy asustada
de decir al mundo como me siento.
En
mi país derrochamos tanto… Compramos y despilfarramos, compramos y
despilfarramos, y aún así así los países del Norte no comparten con
los necesitados.
Incluso teniendo más que suficiente, tenemos miedo de perder
parte de nuestros bienes, tenemos miedo de compartir.
En Canadá vivimos una vida privilegiada, plena de comida,
agua y protección.
Tenemos relojes, bicicletas, ordenadores y televisión.
Hace dos días, aquí en Brasil, nos sorprendimos cuando
pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la calle.
Y uno de esos niños nos dijo: "Desearía ser rico, y si lo
fuera, daría a todos los niños de la calle comida, ropas, medicinas,
hogares y amor y afecto".
Si un niño de la calle que no tiene nada está deseoso de
compartir, ¿por qué somos nosotros, que lo tenemos todo, tan
codiciosos?
No puedo dejar de pensar que esos niños tienen mi edad, que
el lugar donde naces marca una diferencia tremenda, que podría ser
uno de esos niños que viven en las favelas de Río; que podría ser un
niño muriéndose de hambre en Somalia; una víctima de la guerra en
Oriente Medio o un mendigo en India.
Aún soy solo una niña y se que si todo el dinero gastado en
guerras se utilizara para acabar con la pobreza y buscar soluciones
medioambientales, qué lugar maravilloso sería la Tierra.
En la escuela, incluso en el jardín de infancia, nos enseñan
a comportarnos en el mundo. Ustedes nos enseñan a no pelear con
otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras
acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir y no ser
codiciosos.
¿Entonces por qué salen fuera y se dedican a hacer las cosas
que nos dicen que no hagamos?
No olviden por qué asisten a estas conferencias, lo hacen
porque nosotros somos sus hijos.
Están decidiendo el tipo de mundo en el que creceremos.
Los padres deberían poder confortar a sus hijos diciendo: "todo
va a salir bien", "esto no es el fin del mundo" y "lo estamos
haciendo lo mejor que podemos". Pero no creo que puedan decirnos eso más.
¿Estamos siquiera en su lista de prioridades?
Mi padre siempre dice: "Eres lo que haces, no lo que dices".
Bueno, lo que ustedes hacen me hace llorar por las noches.
Ustedes, adultos, dicen que nos quieren.
Os desafío: por favor, haced que vuestras acciones reflejen
vuestras palabras. Gracias." |